Sir Arthur Conan Doyle, el creador del célebre Sherlock Holmes, era un convencido creyente en el espiritismo. A la hora de estudiar los llamados fenómenos psíquicos se olvidaba de la lógica aplastante de su personaje. Estaba dispuesto de antemano a creer en las levitaciones de mesas, en la aparición de rostros, en la materialización de manos, en la ejecución de trozos con diversos instrumentos sin contacto humano alguno y en cuantas experiencias le brindaran los pretendidos médiums.
Por aquel entonces Harry Houdini ofrecía mil dólares a aquel que pudiera producir un fenómeno que él no pudiera repetir utilizando exclusivamente medios materiales. Es decir, el ingenio.
Nunca hubo que desembolsar aquella suma. Uno tras otro, los falsos médiums eran desenmascarados por el mago, que hacía lo mismo que ellos, pero advirtiendo que sus efectos no procedían de intervención sobrenatural alguna, ni de ningún poder psíquico superior.
Ante estas pruebas determinantes, Doyle respondía que admiraba la habilidad excepcional de Houdini para imitar y simular, mediante trucos, manifestaciones que en los sujetos psíquicamente dotados eran ciertas.
Entre tanto Houdini había elevado la suma de su desafío a 5.000 dólares, que se unían a otros 2.000 que ofrecía una revista científica. Houdini i Conan Doyle coincidieron en el Comité que tenía que juzgar los supuestos milagros. Invariablemente el mago reproducía las supercherías.
Pero en cierta ocasión, encontrándose lejos, recibió la noticia de que el Comité había decidido otorgar el premio a un tal Pecoraro, al que habían atado con veinte metros de cuerda y encerrado en una cabina, donde se escuchó el sonido de instrumentos musicales y los objetos cambiaban de lugar. Sir Arthur era el principal valedor de Pecoraro, quien al final de la sesión permanecía sólidamente atado.
Houdini regresó de inmediato. No se molestó demasiado en explicar cómo un hombre puede desembarazarse de una gruesa cuerda. Exigió que se repitiera la experiencia. Esta vez ató a Pecoraro con unos pedazos de hilo de pescar. Y sorprendentemente los espíritus no se habían materializado debido a la interferencia de un incrédulo: Harry Houdini. Ni por un momento aceptó la explicación, que por elemental hubiera maravillado al doctor Watson: la eficacia de un sedal de pescador.
Por aquel entonces Harry Houdini ofrecía mil dólares a aquel que pudiera producir un fenómeno que él no pudiera repetir utilizando exclusivamente medios materiales. Es decir, el ingenio.
Nunca hubo que desembolsar aquella suma. Uno tras otro, los falsos médiums eran desenmascarados por el mago, que hacía lo mismo que ellos, pero advirtiendo que sus efectos no procedían de intervención sobrenatural alguna, ni de ningún poder psíquico superior.
Ante estas pruebas determinantes, Doyle respondía que admiraba la habilidad excepcional de Houdini para imitar y simular, mediante trucos, manifestaciones que en los sujetos psíquicamente dotados eran ciertas.
Entre tanto Houdini había elevado la suma de su desafío a 5.000 dólares, que se unían a otros 2.000 que ofrecía una revista científica. Houdini i Conan Doyle coincidieron en el Comité que tenía que juzgar los supuestos milagros. Invariablemente el mago reproducía las supercherías.
Pero en cierta ocasión, encontrándose lejos, recibió la noticia de que el Comité había decidido otorgar el premio a un tal Pecoraro, al que habían atado con veinte metros de cuerda y encerrado en una cabina, donde se escuchó el sonido de instrumentos musicales y los objetos cambiaban de lugar. Sir Arthur era el principal valedor de Pecoraro, quien al final de la sesión permanecía sólidamente atado.
Houdini regresó de inmediato. No se molestó demasiado en explicar cómo un hombre puede desembarazarse de una gruesa cuerda. Exigió que se repitiera la experiencia. Esta vez ató a Pecoraro con unos pedazos de hilo de pescar. Y sorprendentemente los espíritus no se habían materializado debido a la interferencia de un incrédulo: Harry Houdini. Ni por un momento aceptó la explicación, que por elemental hubiera maravillado al doctor Watson: la eficacia de un sedal de pescador.