Robertson fue matemático y físico, periodista y político, poeta y cantante, aeronauta e inventor del paracaídas. Este último invento acabó arrinconándolo, pues como aún no se había inventado los aviones carecía de interés práctico.
Prefirió emplear su ingeniosa inteligencia en investigaciones sobre el microscopio solar. Vivía es esa época en París, en una mansión de la calle Provence, un inmueble perfectamente orientado que decidió convertir en un gigantesco microscopio para el estudio del sol.
Los muebles le sobraban. Y, sin embargo, le faltaban espejos. Hizo instalar unos cuantos cristales venecianos para apoderarse y dirigir los rayos solares. Pero faltaban los rayos solares. Si abría las puertas y ventanas una invasión de sol inundaba las estancias. Era preciso crear un conducto que regulara la penetración del sol. De modo que practicó un agujero en cada una de las puertas de la casa. Un fino rayo de sol, guiado por los espejos, atravesaba las habitaciones oscuras.
Es curioso que quien pretendía dominar el sol acabara descubriendo el dominio de las sombras, pero fue así. Uno de aquellos días la mano de su hermano se interpuso entre el rayo solar y la pared y se proyectó, gigantesca, sobre los muros.
A partir de entonces se entregó al estudio de las sombras chinescas y de las proyecciones luminosas. Estaba convencido de que había descubierto la linterna mágica. Sin embargo tuvo noticias de que el jesuíta Kirtcher había ideado un aparato de estas características con varios siglos de antelación.
Entonces se aplicó a mejorar el artilugio. Pretendía que las imágenes proyectadas por la linterna crecieran de tamaño. El resultado fue el fantascopio, que convirtió las reducidas representaciones de la linterna en un espectáculo de masas.
Pero lo que constituyó una autentica novedad fue el sistema de proyección que empleó. El aparato era el mismo, aunque mejorado. Pero el resultado, a los ojos de los espectadores, totalmente distinto.
Hasta entonces le había salido todo al revés. En este caso también. Pero por una vez ésta fue la razón de su éxito. En lugar de situar el aparato tras los espectadores, lo colocó tras la pantalla. El resultado fueron las sombras solitarias, enigmáticas , incomprensibles.
Nadie sabía cómo lo hacía y muchos pensaban que un desconocido poder conjuraba desde ultratumba a las figuras de sus fantasmagorías. Al final acabó prescindiendo de la pantalla y proyectó sobre densas columnas de humo, de modo que las sombras se convirtieron en espectros.
Gracias a él la linterna mágica dejó de ser científica para ser mágica de verdad.
Prefirió emplear su ingeniosa inteligencia en investigaciones sobre el microscopio solar. Vivía es esa época en París, en una mansión de la calle Provence, un inmueble perfectamente orientado que decidió convertir en un gigantesco microscopio para el estudio del sol.
Los muebles le sobraban. Y, sin embargo, le faltaban espejos. Hizo instalar unos cuantos cristales venecianos para apoderarse y dirigir los rayos solares. Pero faltaban los rayos solares. Si abría las puertas y ventanas una invasión de sol inundaba las estancias. Era preciso crear un conducto que regulara la penetración del sol. De modo que practicó un agujero en cada una de las puertas de la casa. Un fino rayo de sol, guiado por los espejos, atravesaba las habitaciones oscuras.
Es curioso que quien pretendía dominar el sol acabara descubriendo el dominio de las sombras, pero fue así. Uno de aquellos días la mano de su hermano se interpuso entre el rayo solar y la pared y se proyectó, gigantesca, sobre los muros.
A partir de entonces se entregó al estudio de las sombras chinescas y de las proyecciones luminosas. Estaba convencido de que había descubierto la linterna mágica. Sin embargo tuvo noticias de que el jesuíta Kirtcher había ideado un aparato de estas características con varios siglos de antelación.
Entonces se aplicó a mejorar el artilugio. Pretendía que las imágenes proyectadas por la linterna crecieran de tamaño. El resultado fue el fantascopio, que convirtió las reducidas representaciones de la linterna en un espectáculo de masas.
Pero lo que constituyó una autentica novedad fue el sistema de proyección que empleó. El aparato era el mismo, aunque mejorado. Pero el resultado, a los ojos de los espectadores, totalmente distinto.
Hasta entonces le había salido todo al revés. En este caso también. Pero por una vez ésta fue la razón de su éxito. En lugar de situar el aparato tras los espectadores, lo colocó tras la pantalla. El resultado fueron las sombras solitarias, enigmáticas , incomprensibles.
Nadie sabía cómo lo hacía y muchos pensaban que un desconocido poder conjuraba desde ultratumba a las figuras de sus fantasmagorías. Al final acabó prescindiendo de la pantalla y proyectó sobre densas columnas de humo, de modo que las sombras se convirtieron en espectros.
Gracias a él la linterna mágica dejó de ser científica para ser mágica de verdad.