jueves, 13 de agosto de 2009

MAGO MATTHEW BUCHINGER



MAGO MATTHEW BUCHINGER

EXTRAIDO DEL LIBRO AVENTURAS DE 51 MAGOS Y UN FAKIR DE CUENCA

Están ustedes ante el más fabuloso de todos los ilusionistas, y seguramente de todos los artistas que en el mundo han sido, son y serán.
No fue el mago más habilidoso, ni el que llevó una vida más aventurera, ni el que tenía en su repertorio los juegos más espectaculares, y sin embargo, nunca ha habido nadie como el llamado “pequeño hombre de Nuremberg”.
Matthew, el benjamín de los nueve hermanos Buchinger, nació en 1674, sin manos y sin piernas. Su estatura no alcanzaba más allá de los setenta y tres centímetros y medio, y a pesar de sus limitaciones se convirtió en una de las personas más populares de media Europa. Buchinger sabía tocar la flauta, la trompeta, la gaita y el dulcimer, una especie de xilofón de cuerdas.
¿Qué como podía hacerlo? Pues no lo sé. Además, llego a ser un experto calígrafo y dibujaba con maestría retratos, paisajes y escudos de armas. ¿Cómo lo conseguía? Ni idea. Era también capaz de jugar a las cartas, a los dados, a los bolos y de afeitarse sin ayuda. ¿Cómo podía hacer todo eso?
Lo ignoro. Por si fuera poco, Matthew Buchinger era una auténtica lumbrera como ilusionista, que embobaba al público con la travesura de sus bolitas en los cubiletes, manejando todo tipo de artilugios mágicos y haciendo aparecer y desaparecer pájaros a su antojo. ¿Cómo, eh, como diantres lograba este hombre esos prodigios? Lo siento, pero también desconozco este extremo. Como diría Wodehouse, con todo lo que ignoro, podría llenarse una biblioteca.
Las proezas del bueno de Buchinger llegaron hasta su vida privada. Producto de sus cuatro bodas tuvo once hijos, ¡once! ¿Cómo lo hizo? Eso sí que lo sé, pero no es este el lugar más adecuado para explicarlo.
Después de pasmar a todos los habitantes de su ciudad, Nuremberg, habiendo ya conquistado Alemania toda, Mattew Buchinguer marcho a Inglaterra, donde se encargó de destrozar flemas británicas en sus actuaciones en el “Duke of Mallborough´s Head” y en diversas salas y tabernas londinenses.
En 1722, seis años después de su gira británica, siendo una de las personas más famosas de Alemania, falleció Mathew Buchinger, el más fantástico de los magos.
Cuando años después Jules de Révere creó la palabra “prestidigitación”, que viene a significar “dedos rápidos”, no cayó en la cuenta de que uno de los mejores prestidigitadores ni siquiera tenía dedos.
Comparado con Buchinger, el gran ilusionista Johannes Brig, contemporáneo y paisano suyo, era todo un privilegiado porque, aunque cojo de los dos pies, era poseedor de una mano. Lo de estos dos sólo tiene una explicación. Es cosa de magia.