UN CEREBRO FUERA DE LO NORMAL
CARLOS LAMAS
CARLOS LAMAS
Una mañana de 1887, en la ciudad de Nueva York para ser exactos, una gran comitiva acompañaba a un pomposo coche de caballos. Lo conducía un hombre joven de apariencia distinguida con los ojos vendados. Eso era lo que llamaba la atención a primera vista, exceptuando por supuesto, la multitud que lo acompañaba. Pero, si se observaba con más atención se podía ver que su muñeca derecha estaba atada por un alambre de cobre que a la vez lo unía a otras tres personas, que eran tres periodistas locales de reconocida profesionalidad. Otra de las cosas que llamaba la atención era que el carruaje ora se detenía, ora giraba a la izquierda o a la derecha como si no supiera el camino a elegir. Os podéis imaginar que aquello sólo podía ocurrir por esos años.
Pero vayamos al grano. El espectáculo era producto de un desafío de Washington Irvin Bishop, que tal era el nombre del joven que conducía el coche, había hecho a la prensa de la ciudad. Él alardeaba de que su cerebro no era igual al de todos los mortales y que poseía poderes mentales de tal envergadura que podía captar cosas que nadie más que él podía lograr. Pidió aquel día que escondieran un alfiler en algún punto de la ciudad y que tres personas conocedoras del escondrijo lo acompañaran sin decir nada y unidas a él solo por un alambre de cobre. El cortejo recorrió diversos barrios de la ciudad para detenerse finalmente frente a una estatua de bronce. Bajo ella estaba la joya. De más está hablar de los titulares de la prensa neoyorquina al día siguiente.
Como habéis podido advertir la publicidad para su espectáculo de mentalismo después de este lance estaba servida. En el teatro podían ver la simulación de un asesinato, en la cual Irvin Bishop adivinaba quién era el asesino, quien la victima y dónde estaba oculto el arma. Este efecto es bastante conocido, ya que hasta el día de hoy figura en el repertorio de algunos “mentalistas” , nombre con que se conoce esta especialidad de la magia ilusionista. Parece ser que nuestro hombre adivinaba todo lo que pusieran delante, con tal de que pudiera tener contacto físico con una persona que conociera lo que había que adivinar: númerode serie de billetes, palabras y frases completas, la ubicación de objetos etc.
Se dice que él que fue el hombre que murió tres veces, a pesar de su corta vida, 33 años. Había nacido en 1856. En el año 1873 tuvo un primer ataque de catalepsia, que él potenció de forma histriónica con el fin de aumentar su popularidad. Otro le sobrevino en 1881, del que también sacó partido posible.
Estamos a orillas del estuario de Hudson una noche de primavera de 1889. Washintong Irving Bishop es ya una figura conocida en Estados Unidos. Hoy actúa en el “Lamb Club” neoyorquino, una sociedad privada que recoge lo más granado de las luminarias del espectáculo.
Como prólogo de la actuación de aquella noche, pidió al secretario del club que eligiera mentalmente cualquiera de los nombres que aparecían en el registro oficial del club. Completamente vendado, Irvin Bishop encontró el libro y luego la página del registro en que figuraba la persona en cuestión. Pidió silencio al público y concentración al improvisado ayudante. Lentamente escribió “TESNWOT”. El secretario no entendía que quería decir esto y afirmó que el nombre que había elegido mentalmente era de Margaret Townset. Sin decir palabra nuestro mentalista se dirigió a un gran espejo de dorado marco y frente a él puso el papel que había escrito. El público estremecido pudo leer “TOWNSET”. Todos prorrumpieron en aplausos y en ese momento el artista se desplomó.
Al público sobrecogido por el hecho, lo calmó un médico que le conocía, explicando que Irvin Bishop padecía a menudo de esos ataques. Al cabo de un rato el mentalista volvió en si, pero al parecer, afectado por el desmayo previo, insistió en presentar de nuevo el experimento. Se le ayudó a ponerse de pie para adivinar un nuevo nombre elegido. Pero el esfuerzo fue demasiado y volvió derrumbarse inconsciente. Hasta más allá de las cuatro de la madrugada estuvieron tratando de reanimarlo, incluso médicos, pero ya mostraba los signos inequívocos de la muerte.
Un médico de nombre John Irwin junto con otros facultativos decidieron la autopsia inmediata al cadáver “antes de que se enfriara el cerebro”, pues se suponía que su muerte repentina estaba relacionada con el esfuerzo cerebral que había hecho. Hay que comprender a aquellos médicos, que, deseosos en nombre de la ciencia de examinar aquel cerebro privilegiado, fue lo primero que le sacaron. Mas sólo encontraron que no era distinto de los demás. La credibilidad y la imaginación de un artista no se puede ver, como tampoco vieron la nota que llevaba escrita en uno de sus bolsillos, que explicaba su catalepsia y que dos veces le habían dado por muerto; por lo tanto prohibía cualquier autopsia. ¡A veces el exceso de ilusión la muerte!