jueves, 3 de abril de 2008

EL DOBLE

EL DOBLE
EL NÚMERO MÁS APRECIADO DEL GRAN LAFAYETTE

RAMÓN MAYRATA

El siglo XIX fue la época dorada de las llamadas grandes ilusiones: Apariciones y desapariciones de personas y animales, metamorfosis, levitaciones. Por ejemplo, el gran Lafayette era uno de los magos más prestigiosos. Viajaba por todo el mundo presentando un espectáculo que precisaba una compañía numerosa y unos medios escénicos excepcionales.
El número más apreciado por los espectadores consistía en lo siguiente:
Lafayette se situaba en el escenario, vestido con un encendido uniforme de color rojo. De sus hombros caía una capa negra. En un momento dado Lafayette se envolvía por completo en la capa. Por el extremo superior sobresalía una pistola. Se escuchaba una detonación. La capa y la pistola se desmoronaban en el suelo. Lafayette había desaparecido. Un instante después, los espectadores fascinados advertían que se hallaba en una campana de cristal, suspendida del techo del teatro, a veinte metros de altura. Era impensable que Lafayette, en tan corto espacio de tiempo, hubiera podido introducirse en su interior.
Lafayette estaba obsesionado por salvaguardar el secreto de sus juegos. Aunque en su compañía trabajaban más de treinta personas, ninguno intervenía más que en aquella parte del proceso en la que resultaba indispensable. Para la realización de este juego, en concreto, era preciso un doble. Pero nadie en la compañía conocía su existencia. Viajaba en trenes diferentes, se alojaba en hoteles distintos y media hora antes del comienzo de la función se desplazaba a las cuadras donde Lafayette custodiaba los animales que empleaba en la representación y se introducía en una caja de doble fondo. Unos operarios, que no sospechaban el contenido de la caja, la depositaban junto a la campana de cristal.
Un día se declaró un incendio en las cuadras donde se encontraba oculto, aguardando a que le trasladaran al interior del teatro. Faltaba poco para que se iniciara la representación y, Lafayette, vestido ya con su uniforme rojo y envuelto en su capa negra, escuchó los gemidos aterradores de los animales rodeados por las llamas. Eran animales muy costosos: tigres de Bengala, leones de Atlas, osos siberianos, reunidos pacientemente a través de los años. Una cuantiosa fortuna estaba a punto de redicirse a cenizas. Toda la compañía se había concentrado frente a las cuadras y contemplaba sobrecogida el desastre. Lafayette se envolvió en su capa se lanzó entre las llamas intentando desesperadamente salvar a los animales que aún estaban vivos. Todos vieron cómo la negra capa se incendiaba y el cuerpo del mago se convertía en una tea viviente.
Unos minutos después el doble logró escapar de aquel brasero. Una corriente de aire abrió un pasillo entre las llamas. Aturdido y medio asfixiado, con el uniforme rojo ennegrecido, apareció ante los ojos atónitos de la compañía. Todos creyeron que el Gran Lafayette había realizado un nuevo prodigio, que había renacido de las cenizas.
En ocasiones la ficción es más poderosa que la realidad. El doble había perdido su documentación en el incendio. Nadie le quiso creer cuando reveló su verdadera personalidad. Murió, pocos meses después, en un sanatorio psiquiátrico y, aún sobre la lápida de su tumba inscribieron el nombre del mago.