ISAAC FAWKES
El 15 de enero de 1797, sesenta y seis años después de la muerte de Isaac Fawkes, John Ertherington salía a las calles de Londres con su cabeza cubierta por el primer sombrero de copa de la historia, que él mismo había ideado.
Como los conejos ya se habían inventado mucho años antes, los ilusionistas ya estaban en disposición de hacerlos aparecer dentro de las chisteras.
Sin embargo, algunos historiadores piensan que el juego de la magia más famoso de todos los tiempos ya se realizaba con anterioridad a la ocurrencia de Ertherington, con la variante de que entonces los animalitos surgían de otro tipo de indumentaria craneal, el tricornio inglés.
El origen de esta ilusión no puede ser más disparatado. Empezó la cosa a finales de 1726, en la casita que el matrimonio Tofts poseía en Godalming, Surrey. La apacible vida de Mr. Tofts dio un vuelco cuando una noche, al volver del trabajo, su señora, entre agitamientos y sudores le explicó que había entrado en el hogar un enorme conejo blanco que la había violado.
Imagínense a Mr. Tofts batiendo la plusmarca mundial de estupor. El buen señor se fue esa noche a la cama convencido de que su cónyuge estaba chiflada. A las pocas semanas la anterior plusmarca quedó hecha añicos ante lo que vieron los desorbitados ojos de Mr. Tofts; Mary Tofts estaba rodeada de unos tiernos conejitos blancos que, según decía, acababa de parir. La noticia corrió por Surrey tan deprisa que no pudo pararse en sus fronteras y siguió difundiéndose por Gran Bretaña toda.
Hasta las augustas orejas del rey Jorge I llegó la historia de los retoños gazapos de Mary. El monarca envió al equipo médico de la Corte a investigar el acontecimiento. Los galenos acudieron al pueblo y consultaron al médico que había explorado a tan zoológica madre – John Howard – quién afirmó que, en efecto, los nacimientos se habían producido.
En estas estaban los doctores cuando Mary Tofts aseguró que había vuelto a visitarla su enamorado conejo y que estaba de nuevo embarazada, así que pensaron que lo suyo sería trasladarla a Londres para hacerle allí un estudio en profundidad. Un astuto médico la amenazó con una con una peligrosísima intervención quirúrgica, ante lo cual Mary tuvo que confesar que todo el asunto era una farsa que había inventado ella solita.
Aprovechando la popularidad de lo sucedido, como hacían los músicos ambulantes que parodiaban con éxito la invención de Mrs. Tofts, algún prestidigitador trasladó la historieta a su ámbito, y de un tricornio vacío extrajo un conejito blanco.
Es posible que ese no fuera otro que Isaac Fawkes, el más conocido de los ilusionistas de feria de la época. Su escenario, la feria de Bartholomew en Londres, era un lugar encantado frecuentado por equilibristas, gaiteros, cubileteros, cucañistas, comefuegos, titiriteros y manipuladores de carricoches.
Isaac Fawkes solía presentar seis espectáculos al día, y por sólo un chelín, el público podía contemplar cómo, en menos de un minuto, crecía un manzano recién plantado, presenciaba una impresionante colección de cien autómatas construidos por el célebre relojero Chistopher Pinbeck, que representaban entre otras escenas, la victoria británica en Gibraltar y quedaba absorto cuando el mago transformaba barajas en pájaros.
Seguramente también podía el visitante de la feria de Bartholomew ser testigo de la parodia del nacimiento de los conejos concebidos por Mary Tofts, cambiando la madre por un sombrero de tres picos.
De todas formas, el efecto con el que hoy se identifica a Isaac Fawkes es aquél en el que de una bolsa vacía extraía oro, plata, una pandilla de pollos vivos y hasta cien huevos, juego que todavía es representado por multitud de magos.
Isaac Fawkes, el primer gran mago inglés, murió riquísimo en 1731, noventa y nueve años antes de que el Gran Brujo del Norte encontrara conejos en las chisteras y cinco después de que un conejo gigantesco y poco galante se colara en casita de Mrs. Tofts.
Como los conejos ya se habían inventado mucho años antes, los ilusionistas ya estaban en disposición de hacerlos aparecer dentro de las chisteras.
Sin embargo, algunos historiadores piensan que el juego de la magia más famoso de todos los tiempos ya se realizaba con anterioridad a la ocurrencia de Ertherington, con la variante de que entonces los animalitos surgían de otro tipo de indumentaria craneal, el tricornio inglés.
El origen de esta ilusión no puede ser más disparatado. Empezó la cosa a finales de 1726, en la casita que el matrimonio Tofts poseía en Godalming, Surrey. La apacible vida de Mr. Tofts dio un vuelco cuando una noche, al volver del trabajo, su señora, entre agitamientos y sudores le explicó que había entrado en el hogar un enorme conejo blanco que la había violado.
Imagínense a Mr. Tofts batiendo la plusmarca mundial de estupor. El buen señor se fue esa noche a la cama convencido de que su cónyuge estaba chiflada. A las pocas semanas la anterior plusmarca quedó hecha añicos ante lo que vieron los desorbitados ojos de Mr. Tofts; Mary Tofts estaba rodeada de unos tiernos conejitos blancos que, según decía, acababa de parir. La noticia corrió por Surrey tan deprisa que no pudo pararse en sus fronteras y siguió difundiéndose por Gran Bretaña toda.
Hasta las augustas orejas del rey Jorge I llegó la historia de los retoños gazapos de Mary. El monarca envió al equipo médico de la Corte a investigar el acontecimiento. Los galenos acudieron al pueblo y consultaron al médico que había explorado a tan zoológica madre – John Howard – quién afirmó que, en efecto, los nacimientos se habían producido.
En estas estaban los doctores cuando Mary Tofts aseguró que había vuelto a visitarla su enamorado conejo y que estaba de nuevo embarazada, así que pensaron que lo suyo sería trasladarla a Londres para hacerle allí un estudio en profundidad. Un astuto médico la amenazó con una con una peligrosísima intervención quirúrgica, ante lo cual Mary tuvo que confesar que todo el asunto era una farsa que había inventado ella solita.
Aprovechando la popularidad de lo sucedido, como hacían los músicos ambulantes que parodiaban con éxito la invención de Mrs. Tofts, algún prestidigitador trasladó la historieta a su ámbito, y de un tricornio vacío extrajo un conejito blanco.
Es posible que ese no fuera otro que Isaac Fawkes, el más conocido de los ilusionistas de feria de la época. Su escenario, la feria de Bartholomew en Londres, era un lugar encantado frecuentado por equilibristas, gaiteros, cubileteros, cucañistas, comefuegos, titiriteros y manipuladores de carricoches.
Isaac Fawkes solía presentar seis espectáculos al día, y por sólo un chelín, el público podía contemplar cómo, en menos de un minuto, crecía un manzano recién plantado, presenciaba una impresionante colección de cien autómatas construidos por el célebre relojero Chistopher Pinbeck, que representaban entre otras escenas, la victoria británica en Gibraltar y quedaba absorto cuando el mago transformaba barajas en pájaros.
Seguramente también podía el visitante de la feria de Bartholomew ser testigo de la parodia del nacimiento de los conejos concebidos por Mary Tofts, cambiando la madre por un sombrero de tres picos.
De todas formas, el efecto con el que hoy se identifica a Isaac Fawkes es aquél en el que de una bolsa vacía extraía oro, plata, una pandilla de pollos vivos y hasta cien huevos, juego que todavía es representado por multitud de magos.
Isaac Fawkes, el primer gran mago inglés, murió riquísimo en 1731, noventa y nueve años antes de que el Gran Brujo del Norte encontrara conejos en las chisteras y cinco después de que un conejo gigantesco y poco galante se colara en casita de Mrs. Tofts.