martes, 6 de mayo de 2008

EL TURCO AJEDRECISTA


El Turco era un muñeco con una capa, envuelto en un turbante, unido a una cabina con ruedas y engranajes dentro, que parecía un gran reloj. Esta cabina se abría de par en par para “demostrar” que no había nadie dentro. Tenía un tablero encima donde “el autómata” derrotaba casi siempre a sus rivales, usando siempre su mano izquierda.

Durante el siglo XVIII apareció el primer robot que jugaba ajedrez: el famoso autómata turco, creación de un inventor austriaco, el barón von Kempelen. Este singular invento recorrió las cortes europeas y se enfrentó nada menos que a Napoleón y Catalina la Grande.
La división entre realidad y leyenda no es muy clara en esta historia. Una versión, que leí hace mucho tiempo en la recordada revista chilena Mampato, señala que el autómata de Von Kempelen era en realidad una persona que ubicada dentro del artefacto y sin que nadie lo notara realizaba los movimientos de las piezas. Se trataba del oficial polaco de nombre Worowski, un caudillo que luchaba por la libertad de Polonia, invadida en 1772 por Rusia.
Worowski era un buen jugador de ajedrez y encontrándose un día en el Palacio de Oficiales de Riga, capital de la actual Letonia, disputó una partida contra un oficial ruso, al cual venció. El oficial indignado derribó la mesa, originando una descomunal batalla entre militares rusos y polacos. Los rusos recibieron refuerzos y lograron controlar la situación. Worowski en su huida se fracturó sus dos piernas. Recogido posteriormente por sus amigos fue llevado a un médico quien debió amputarle las piernas para salvarle la vida.
Von Kempelen tenía simpatía por la causa polaca y era amigo de Worouski. En cierta ocasión le presentó un sorprendente invento: un muñeco de madera vestido de turco, sentado frente a un cajón con un tablero de ajedrez. Con unos ingeniosos mecanismos el muñeco podía mover sus manos y realizar las jugadas en el tablero. Le propuso a Worowski que en su condición cabría perfectamente dentro de la máquina y de esta forma podría escapar de la ciudad.
Von Kempelen presentó su creación en público y ofrecía 5oo rublos a quien venciera al autómata. La noticia llegó a oídos de la zarina Catalina, quien se interesó por el invento y quiso jugarle una partida. El autómata turco ganó este juego y Catalina felicitó a su inventor indicándole que tendría mucho éxito con su ingenioso muñeco. No se sabe que sucedió después con Worowski.
Otras versiones dicen que el autómata posteriormente pasó a manos del músico Leonard Maelzel y era exhibido con frecuencia a todos los personajes de ese tiempo. Napoleón incluso fue derrotado en tres ocasiones por el robot, pero en esta ocasión el que jugaba era el fuerte jugador austriaco, Allgaier.
Maelzel después viajó con el turco a América, donde contrató al ajedrecista Schlumberger para reemplazar a Allgaier. Finalizada una exhibición, Schlumberger, que era más bien gordo, quedó atrapado en la caja y empezó a pedir ayuda, con lo cual la gente descubrió el secreto del turco. Este hecho y la publicación del artículo El Jugador de Ajedrez de Maelzel, realizada por el máximo escritor de cuentos de terror, Edgar Allan Poe, donde demostraba que el autómata era en realidad un truco y dentro del mecanismo se ubicaba una persona que realizaba los movimientos de las piezas, terminaron con el misterio del primer robot ajedrecista.
En el palacio de Helbrun, en Viena (o Salzburgo), había en una sala una aldea en miniatura, … con todos sus personajes típicos: el molinero, el lechero, pastores, torneros, niños, al mover una palanca toda la ciudad se pone en movimiento; cada uno de los personajes traza un recorrido y se van moviendo, incluso las campanas, los molinos, etc.
Esta aldea en miniatura fue construida por el barón Wilhelm von Kempelen, era consejero de la corte imperial en tiempos de María Teresa. Este hombre, Von Kempelen, había nacido en 1734, era ingeniero y también era escritor, inventor e historiador. Fue también un destacado dramaturgo, dos de sus obras, bueno, todas las obras fueron grandes éxitos, pero, en realidad, no se sabe muy bien, mejor dicho, se sabe muy bien, pero decir que una obra fue exitosa o que fue un gran éxito no siempre corresponde a la verdad, ya hablaremos algún día de esta cosa, no nos interesa igual como dramaturgo, nuestro Wilhelm von Kempelen.
Como ingeniero realizó obras enormes, por ejemplo, un puente sobre el Danubio, unos trabajos de ingeniería en el palacio de Helbrun [¿Schonbrunn?] e inventó también una imprenta para ciegos, una máquina parlante, pero de todas sus obras la más renombrada fue el jugador de ajedrez mecánico. Era un muñeco grande, un turco; ¿cómo un muñeco puede ser turco? bueno, creo que aquí hay que apelar a los lugares comunes que la gente tiene instalados en la mente conforme a los cuales un señor con un fez es un turco y un tipo con los ojos rasgados es un japonés, bueno, en ese sentido este muñeco era un turco. El Turco estaba colocado tras una caja de madera que mostraba tres puertas frontales y el Turco aparecía sentado detrás de la caja con un tablero de ajedrez enfrente. Tenía un turbante, ya que no un fez, lo mismo era un turco y un manto de piel y sostenía en la mano una larga boquilla; debajo del antebrazo izquierdo tenía un almohadón. Las puertas de la caja se abrían y dejaban ver al espectador curioso una serie de complicados engranajes. El que quería jugar con el Turco se sentaba delante del tablero y realizaba su jugada; de forma parsimoniosa el autómata estiraba su brazo izquierdo, tomaba una pieza y realizaba un movimiento sobre el tablero; incluso cuando amenazaba al rey contrario pronunciaba la palabra jaque y movía la cabeza para adelante como saludando; si el adversario realizaba alguna jugada antirreglamentaria, el Turco golpeaba su brazo izquierdo sobre la mesa en señal de protesta.
El Turco fue exhibido por primera vez en Viena en 1769 y causó sensación. Hasta la propia emperatriz se interesó por este aparato y logró que en 1770 el científico Von Kempelen realizara una exhibición en el palacio real.
Pero aquí hay que hacer una rápida confesión y revelar un detalle decisivo: había un tipo escondido adentro del Turco, había un tipo escondido. Por medio de un ingenioso procedimiento el tipo estaba escondido de un modo tal que cuando alguien abría la puerta, incluso el operador del autómata abría la puerta para mostrarle los engranajes al público, resulta que no abría las puertas todas al mismo tiempo, sino que abría una y entonces el tipo que había adentro se corría para el otro lado y así.
Pero la verdad es que el aparato de Von Kempelen era un fraude a medias, el autómata era de cualquier manera un milagro técnico, el tipo que se escondía en la caja disponía de los engranajes para que el brazo del Turco tomara la pieza correcta y la moviera a la perfección, eso ya implicaba un gran mérito, pero, ¡bueno!, no había una computadora que jugara al ajedrez, solamente la parte automática era un brazo que tomaba piezas y la depositaba en un lugar determinado, determinado por el tipo que estaba adentro.
En el año 1773 Von Kempelen desmanteló el aparato, desmanteló el Turco; estaba enojado porque, en realidad, tenía más fama por este artilugio que por el resto de sus obras de ingeniería, pero en 1776 recibió una invitación para hacer una gira por Europa y aceptó. Además de la máquina naturalmente llevaba al que se escondía adentro, parece que se trataba del ajedrecista francés Jacques Mouret. Primero fue a Rusia, allí tuvo un notable éxito; en 1783 llegó a París, allí fue recibido por las familias más selectas, jugó con personas importantes, con Benjamin Franklin, le ganó a Franklin, ¿no?, el compositor…, no compositor no, François Philidor no era compositor, era el jugador de ajedrez más importante de la época y pudo ganarle, además componía Philidor, pero contrariamente a lo que dice aquí no era un compositor importante, pero sí un gran jugador de ajedrez y le ganó al Turco. En 1785 hubo un viaje a Prusia; en Berlín hizo jugar al Turco contra el emperador Federico II, quien también le ganó al autómata.
Las giras continuaron durante casi veinte años. En 1804 Von Kempelen se enfermó y se murió. Uno de los hijos heredó el autómata y se lo vendió por unos pesos a un tipo llamado Leonard [Johann] Nepomuk Maelzel. Este Maelzel era músico, daba clases de violín en Viena, pero como este trabajo no alcanzaba a satisfacerlo enteramente, pasaba sus horas libres construyendo unos estrafalarios aparatos musicales. El más elaborado de estos aparatos era el panarmónico, un conjunto de instrumentos de viento interconectados, que se hacían sonar con un fuelle, las notas se controlaban por medio de un cilindro giratorio y podían formarse acordes, sonaba como la armonización de una gran banda de vientos, pero peor.
Varios años después, el inventor, Maelzel, me refiero a Maelzel, conoció a Beethoven y le habló de escribir una composición musical especial para aquella especie de orquesta mecánica. También le propuso que recorrieran juntos el continente, poniendo a prueba la máquina en las salas más importantes de Europa. A Beethoven le gustó la idea y así compuso “la Victoria de Wellington” o “la Batalla Sinfónica” que era una obra destinada a ser interpretada por esa máquina. Después de unas pocas presentaciones el compositor acusó a Maelzel de tramposo y retiró la obra de circulación porque, en realidad, cuando Beethoven escuchó la máquina le pareció verdaderamente una porquería, lo cual no me extraña.
Un detalle, antes de esta pelea con Beethoven, Maelzel había agregado una cajita de música al Turco, que estaba en su poder y esta cajita interpretaba unas pequeñas piezas que Beethoven le había compuesto especialmente para que sonara durante las partidas de ajedrez, así que mientras el Turco jugaba al ajedrez sonaban unas piecitas que había compuesto nuestro amigo Ludwig van Beethoven.
En 1805 Maelzel salió de gira con el Turco. En ese entonces otro francés [austríaco] Jean [Johann] Allgaier, era el ajedrecista escondido. El primer contrincante del aparato fue nada menos que Napoleón Bonaparte, que perdió en 24 movimientos y parece que incluso quiso hacer trampa, pero la máquina protestó, como saben ustedes, golpeando el brazo izquierdo contra la mesa. El hijastro de Napoleón, o sea el hijo de Josefina, Eugenio de Beauharnais, estaba muy intrigado con el aparato, con el Turco, y le ofreció a Maelzel 30.000 francos para comprárselo y Maelzel aceptó la oferta, pero con la idea de volverlo a comprar después. Y así fue; se lo vendió, pero después juntó suficiente dinero como para rescatar el Turco; en realidad, lo que hizo fue prometerle a Eugenio de Beauharnais pagarle en varias cuotas, le pagó la primera cuota y se escapó a América, agarró el Turco y se fue a América. Y ahí empezó a organizar presentaciones en América. La primera de ellas fue en 1825, en el Hotel Nacional de Nueva York, comenzó haciendo dos apariciones diarias. Maelzel no tenía un peso; había contratado a una muchacha llamada Mary Hatchell, para que moviera las piezas desde abajo, pero Mary no tenía ni idea del ajedrez, tenía un juego muy elemental, había hecho un rápido curso con Maelzel acerca de la estrategia, en fin; en realidad, Maelzel esperaba ganar algún dinero para enviárselo a un tal Schlumberger, que era un gran jugador que había conocido en París y este ajedrecista iba a remplazar a Mary. Como el riesgo de perder era muy grande Maelzel anunció en Nueva York que el Turco no jugaría más partidos contra sus retadores y en cambio se prestaría para jugar a finales: le había enseñado un repertorio de finales a la pobre Mary.
Por fin llegó Schlumberger, pero había un problema: era una gran jugador, pero era gordo y un atardecer de 1827 de gira en Baltimore el Turco finalizó su exhibición y fue trasladado a un sitio discreto para que Schlumberger pudiera salir de la caja; el jugador quiso salir, pero con tanta mala suerte que se quedó atrapado adentro del Turco y empezó a gritar en demanda de auxilio y para colmo de males desde un árbol cercano dos niños que estaban subidos a una rama vieron todo por la ventana y fueron a pedir ayuda y cuando la ayuda llegó se descubrió el secreto del Turco. No sólo la gente dejó de asistir a las veladas de ajedrez mecánico sino que aparecieron gritos hostiles, la gente desengañada atacó a piedrazos a Maelzel e incluso al propio autómata, apareció en primera plana del Baltimore Gazette como un estafador y hasta el propio Edgar Allan Poe escribió un artículo llamado “El jugador de ajedrez de Maelzel” que terminó con toda la credibilidad que tenía el Turco. De todos modos, Poe decía que aquella máquina era una superchería, pero una superchería maravillosa. Desesperado, Maelzel marchó con su espectáculo a otra parte. Viajó a La Habana, allí tuvo algún éxito, pero no pudo seguir porque el pobre Schlumberger contrajo la fiebre amarilla y se murió. Muy deprimido y sin dinero Maelzel quiso viajar a Filadelfia, en julio de 1832; se embarcó en el Otis, allí bebía continuamente botellas de clarete barato encerrado en el camarote y un día lo encontraron muerto, lo encontraron muerto ahí encerrado tirado en la litera.
El Turco fue vendido por 400 dólares a un tal Winston Pil quien lo dejó en el Museo Chino de Filadelfia. En 1857 un incendio destruyó el museo y del Turco no quedó nada.